Recuerdo una noche que nos tumbamos a descansar alrededor de un fuego que calentaba pero no quemaba (“la magia está para crear, no para destruir” solía decirme. Yo nunca he estado muy de acuerdo con esa idea, pero él, así lo creía o me lo hacía creer).
-“Ya volverá…”-susurró.
Yo no preguntaba. Nunca le preguntaba, pero si él decía que ya volvería, significaba que volvería.
- Buenos días, ¿te apetecen tortas? ¿Leche? ¿Pan? ¿Miel?
Desayunamos los dos juntos mientras el pobre hombre seguía limpiando, secando, preparando, cosiendo, recogiendo…
- ¿Disculpe señor?-Sesgó el silencio el creador de magia- ¿Le apetecería comer con nosotros…? Ya que usted lo ha preparado, es lo mínimo que puedo ofrecerle.
El hombre gruñó mirando con hambre los (para nosotros: manjares) y dijo:
- Pero antes quítemelos de encima.
-¡Oh! Faltaba más…-y diciendo esto abrió la bolsita del dinero, murmuró unas palabras y el ladrón se relajó considerablemente.
- “Ya vé, las voces de la conciencia se silencian fácilmente con un par de buenos actos- sonrió amablemente, como si le diese una lección a un niño- Y ahora a comer”
Aquel hombre no objetó nada, por miedo a que aquel tipejo loco le volviese a soltar aquellos fantasmas que le atormentaban. Pero nada más terminar sus migajas recogió las pieles, una olla y se marchó apresuradamente.
- No te preocupes- me tranquilizó mi ilusionista al leer mis pensamientos de hogueras y persecuciones- No dirá nada, hasta, por lo menos, su lecho de muerte y para entonces yo ya estaré muy lejos, puede que incluso ya no esté. Tranquila.