lunes, 28 de julio de 2008

La fábrica de telas

La fábrica de telas cierra.
Todavía recuerdo cuando, de pequeña, visitaba la fábrica de telas donde trabajaba mi padre.
Cientos de miles de hilos de colores, apagados, brillantes, chillones, coquetos y midos, todos ellos alumbrados bajo el foco que se colaba por las ventanas del techo.
Todo estaba cubierto por una capa de polvo: el suelo, las estanterías, incluso el aire.

Las paredes se encontraban escondidas tras las telas, los tapices, las alfombras, las mantas y las moquetas. Todas ellas, con dibujos abstractos o simples, de paisajes y unicornios...
Las máquinas, dormidas, esperan a ser despertadas y así comenzar a tejer con mayor rapidez que la más veloz de las amazónicas arañas, pero no mejor (eso es imposible) y así, ir creando historias en cada cruce de color.
Cuando el botón era pulsado hombres y artefactos se quitaban el polvo y comenzaban a trabajar uniendo este hilo con el otro y ese con aquel y como por arte de magia, aparecía una manta que sería doblada cuidadosamente y guardada en una de las múltiples estanterías...

Al final del día, cuando el botón era pulsado nuevamente, la ilusión se rompía y todo quedaba como cuando una princesa se pincha con un huso, hechizado.
Aun recuerdo los colores, el olor a terciopelo aburrido, el silencio y el tacto de los hilos que cortaba para llevarme conmigo...
Y ahora, la fábrica de telas cierra.